Por Sebastián Chacón
El surfing es olímpico, y como se dice habitualmente: Una vez olímpico, olímpico para toda la vida. Con Ítalo Ferreira y Carissa Moore como los primeros campeones del Olimpo, de ese especialmente destinado para los atletas que después de una larga olimpíada, salen al ruedo y se quedan con el escalón más alto del podio, la era olímpica del surf es algo que no se escapa.
A todo llegamos desde la pantalla de TV. La gesta de Carl Lewis en Los Angeles 84. Cuatro año más tarde en Seúl fuimos testigos de su rivalidad con Ben Johnson, hasta que los testeos antidopaje dejaron al representante de Canadá con las manos vacías. Vimos a Phelps cargarse 28 medallas de su cuello y a Eric Moussambani superar sus limitaciones y las de toda una nación en cada una de las brazadas que dio en Sidney 2000. Vimos a Paula Pareto convertirse en sinónimo de Judo y tantas otras historias que sólo tienen lugar en ese sagrado ámbito del deporte que suelen ser los Juegos Olímpicos.
El trabajo de décadas de Fernando Aguerre y su cruzada al frente de la ISA, finalmente alcanzó la dimensión olímpica. El marplatense estacionó al surf en el estelar parking donde el tenis, el atletismo, la gimnasia deportiva, el triatlón, el judo, el fútbol y demás deportes comparten y conversan al calor del fuego olímpico, olimpíada de por medio.
Mientras muchos deportistas se pasan una vida tratando de alcanzar una marca o un resultado que les otorgue la condición de atleta olímpico, el mundo del surf miraba con cierto recelo su inclusión en la máxima elite del deporte mundial. Basta con ver el festejo de Owen Wright al ganar la medalla de bronce, para entender el peso y el significado de lo que los juegos representan para un atleta que se precie de tal.
Que algunos juzgamientos no estuvieron a la altura de las circunstancias, es verdad. También es cierto que cuando un surfista se ve beneficiado con algún punto de más, nunca sale a decir que lo quiere devolver. Que las olas no fueron las esperadas, es verdad. Pero sigue siendo mucho más justo que surfear en una pileta. La naturaleza juega para todos los que están en el heat de la misma manera, y ahí está la sal y la esencia del surfing competitivo.
¡Cómo no permiten que los competidores tengan el sticker de sus sponsors! Fue una de las frases que escuchamos decir a más de un as del marketing, como si el surf fuese un deporte de gente especial y por eso debería tener todo tipo de concesiones en los Juegos. Si todos los deportistas aceptan las reglas del juego olímpico… ¿Por qué el surf no debería hacerlo? ¿Por rebelde? Si algo perdió el surf hace tiempo, es la rebeldía, y por eso se transformó en deporte.
Aunque a decir verdad, también es cierto que deberían colgarle del cuello no una medalla, sino las tres, oro, plata y bronce, a los velocistas de la letra chica. Esos que al ver que Ítalo estaba clasificado con antelación, mandaron a desarrollar una línea de tablas Billabong by T. Patterson. Conclusión, el brasileño, justísimo campeón de por sí, fue el único surfista en competencia que tuvo a su sponsor pegado en la tabla. Sin dudas, el olimpismo no pasa por andar contratando abogados para ver cómo entrar por la claraboya. Quizás con este precedente, en los próximos juegos de Paris, Hurley, Quiksilver, Rip Curl, Red Bull, VISLA y la marca que se te ocurra, mande a confeccionar una hermosísima línea de tablas, y así todos contentos.
Los Juegos Olímpicos fueron, son y serán lo más grande en la historia de los espectáculos deportivos, ahora el surf es parte de eso.
Salud.