Por Sebastián Chacón
Después de mucho hacer y contribuir para diferenciarse del resto, el mundillo del surf no tuvo más remedio que tirar la toalla y reconocer que era igual a todo el mundo. La cuarentena llegó sin concesiones y todos los que se convencían al decir que no hay vida sin surf, hoy cuentan los días para volver a realizar cosas sencillas y vitales… Y por supuesto volver al mar.
La cuarentena en Argentina viene larga. Las olas de abril no hicieron más que aumentar el tormento. Olas de distintos tamaños, para todos los gustos y rodando solas. Sí, rodando solas. El masoquista extremo no hace más que mirar Windguru y las cámaras para sentirse aún más desgraciado en tiempos de verdadera desgracia pandémica. También se pregunta: ¿A quién molesto si voy a surfear? Hasta llegan a considerar que 2 o 3 muertes en la ciudad por el Coronavirus no deberían mover la aguja ni alterar la rutina de la comunidad surfer.
En pocas palabras, lo peor del individualismo aflora. Basta con recordar al impresentable que fue noticia paseando su tabla hasta terminar detenido en Orense, para discrepar con lo supuestamente distinto que tienen algunos surfers y quienes se ufanan al decir… “Y bueno, soy sorfer”, como si eso fuera o fuese una tarjeta de presentación que lo exceptúa de ciertas reglas de convivencia.
Lógicamente que la terrible vida del surfer va de mal en peor, no puede salir a surfear, le falta el aire y está guardado al igual que sus vecinos. No faltan quienes hacen gala de su etiqueta de distintos y salen a surfear mientras el resto de los caretas acatan las órdenes de distanciamiento social. Los chicos no podían dejar pasar esas olas, pues su vida es el surf. Nada más que eso.
La desgracia del surfer, imaginamos que debe ser mucho más terrible que la del médico o enfermero que está en la primera línea de este combate. Sin pocas chances de bajar la guardia, ni de volver a su casa a descansar. De estar con sus hijos sin dejar pensar que podría ser un factor de contagio.
La tragedia del sorfer amalgama la estupidez en su máxima expresión con el egocentrismo amparado en el… A mí no me va a tocar porque soy sorfer.
Las olas seguirán llegando cuando esto sea un mal recuerdo. Nuestro respeto para todos los médicos y enfermeros que no tienen tiempo para gustos ni caprichos como los sorfers.