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EL CAMINO DEL RIDER: RAMA VS. EL MATERO… PRIMER ROUND

Advertencia para las lectoras y lectores: esta historia contiene escenas de violencia verbal, física, inmadurez y estupor oceánico

Historias reales de un mundo ficticio

Por Sebastián Chacón –  @elcheycon

Desde sus días novedosos, hasta la era del olimpismo, el mundillo del surf marplatense siempre alumbró personajes de distintas historietas. Desparramados con caprichosa precisión a lo largo de toda la costa, los guardianes del point  no dejan de nacer y siguen buscando los métodos más efectivos para mantener su espacio líquido libre de foráneos.

Cada playa guarda infinitas anécdotas de localismo explícito. El guión de cada historia, se acopla a la perfección a una plantilla en donde uno puede meter la pluma y torcer un poco el curso de la historia en el nudo o en el desenlace. La introducción siempre suele ser la misma, el local surfeando su lugar en el mundo cuando es sorprendido por una cara nueva. Y ahí un Big Bang de oportunidades con escenas de pugilato, pinchaduras de gomas, robos, coches que sufren la rotura de vidrios y tantas otras leyendas que son parte de un interminable versionódromo con olor a parafina.

Según quien, o quienes, cuenten la historia, el hecho puede alcanzar el grado de gesta sanmartiniana. Siempre en nombre del surf, el sagrado arte del deslizamiento jamás debería guardar lugar para los novatos. Sin embargo, me atrevo a discutirle a cualquiera que entre Bunker Weiss y Billy Kemper hay algo en común: ambos fueron novatos y alguna vez surfearon una playa por primera vez.

Ramiro Solís Arrieta, Rama para todo el mundo, sabe mucho del arte de amedrentar a los intrusos. Su currículum incluye, revoleo de mochilas con todo tipo de pertenencias al mar, robo de rueda delantera de bicicleta, cabezazos a traición, golpizas con resultados abiertos, insultos hirientes y todo tipo de estrategias. Siempre bajo la atenta mirada de sus amigos, pues nunca fue de encarar epopeyas solo.

El verano del 2020 fue un buen verano para Rama, se las ingenió para no trabajar y surfear todo lo que más pudo. Su última inversión, una rodado 29 americana lo llevó a todos lados, devolviéndole la forma de otras épocas. Rama era una especie de Armstrong sin anabólicos surcando la R11, sin caramagnola pero con tabla. Sin temor al control antidoping pero con pavor al viento este.

Las historias de localismo extremo llegaron a los oídos de Rama con la misma puntualidad que llega ese mate que te humaniza después de una buena sesión invernal. Y de mates en venta y localismo sin razón trata esta nueva aventura, la primera de la década.

El Faro de Mar del Plata siempre fue el lugar donde todo surfista de grueso calibre debía estar, especialmente cuando swell y viento encastraban como un ying yang en la arena, perfecto y efímero. El Matero era uno de los que tenía asistencia perfecta en el spot, surfista de limitadas habilidades y dueño de una reputación capaz de avergonzar al crápula más ruin. Su expresión habitual era lo más parecido a un chapuzón de vanidades friolentas; y esa era su principal arma para comenzar cualquier disturbio en pos de un surfing en solitario.

Un personaje que en su arratonada imaginación jugaba el papel de black trunk pero que en la realidad era un pelotudo de dimensiones bíblicas.

Esa mañana de enero iba a ser especial para Rama, sabía que el mar estaría increíble. Se fue a dormir temprano, el paso del tiempo no le perdonaba una trasnochada más. Se levantó a eso de las 5:00 AM, desayunó su café negro, un mix de cereales híper calórico y dos tostadas de pan negro con queso crema y una generosísima cucharada de Chimbote. Con una Surfer que ya conocía de memoria, se fue al baño a hacer lo segundo para después montar su bici y emprender el viaje desde casa – ayer ubicada en la zona de la Vieja Terminal, hoy en inmediaciones del Paseo Aldrey – , hasta el Faro.

Puso Bob Marley en su Spotify y al ritmo de War, No More Trouble y salió en busca de su combustible espiritual. Sus piernas funcionaban como dos pistones y el viento de tierra era una bendición apta para todo tipo de feligreses. El paseo fue ganando en épica conforme se acercaba al lugar indicado, sin dudas sería el primero en entrar al agua. Sin embargo, en esta ciudad siempre hay un gallo más madrugador.

Entró por el paraje San Jacinto y casi sin tocar la arena, recorrió esos metros hasta las piedras que recuerdan la inmensidad del macizo de Tandilia. Buscó la mejor piedra para estacionar su rodado, se enfundó en su spring Matuse y mientras se esparcía barra protectora por su percudida cara, vio que alguien ya estaba encarrilando en esa derecha para la que se venía  preparando con particular dedicación.

Después de un set de 7 olas perfectas, empezó la remada. El recibimiento no fue el mejor, el Matero ya se había adueñado del point. Con unas calzas Gotcha negras y rojas, sus tatuajes al descubierto – entre los que se destacaba uno que rezaba FARO ONE LOVE en su brazo derecho -, configuraba una escena que bien podría ir a parar a cualquier producción del mismísimo Jack McCoy.

Llegando al outside, Rama es recibido con una catarata de agua en la cara, producto de un snap milimétrico y camorrero del Matero. La guerra estaba declarada, ese era su lugar y lo defendería con todo lo que fuese necesario.

Lejos de apichonarse, Rama no titubeó ni una sola remada y salió al cruce. Era soldado de mil batallas  –no todas ganadas- y muy bien entrenado en eso de imponerse entre olas.

-¿No te parece que sos bastante pelotudito como para andar haciéndote el Bunker Weiss a tu edad? – le disparó Rama mientras el Matero remaba en busca de sangre y más olas.

-Será mejor que encares para la orilla y vuelvas a Playa Grande… pedazo de pelotudo- contestó el Matero.

La escalada fue en aumento con insultos de todo tipo, una pelea digna de un recreo de cuarto grado en donde dos niños defendían a un tío bombero y a un padre de grandes bigotes. En un alto de las hostilidades, Rama se descuida y es sorprendido por un derechazo que impacta de manera perfecta en su oído izquierdo, con tan mala suerte que le manda para el fondo de su oído el tapón importado que su tía Coca le había traído de su último viaje por San Francisco.

Aturdido y con pérdida de motricidad, como puede se acuesta en su Cino Magallanes y emprende la búsqueda de la orilla; al cabo de 45 minutos logra salir. Un runner madrugador lo ayuda a incorporarse. Le ofrece llevarlo hasta la UPA de Punta Mogotes para que lo asistan, su oído es lo más parecido a un siniestro vial, de esos donde nadie resulta ileso.

Al cabo de 3 horas, el médico de guardia logró extraer el tapón de su oído. Por las dudas, le sugirió una placa de RX de mandíbula para descartar posibles lesiones óseas. Por suerte, Rama no tuvo que lamentar mayores daños. Suficiente fue ver humillada su reputación de wave warrior en una mañana de olas épicas que no llegó a disfrutar. Le habían bajado la persiana en sus narices, justo cuando la torta era toda para él.

La venganza no podía esperar. Al cabo de unos días, convocó a su viejo grupo de amigos para ajusticiar al Matero. La empresa iría mucho más allá de una simple golpiza, pero para alcanzar el objetivo final sería necesario un detallado plan.

Esta historia continuará…

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2 Comentarios.

  • Excelente. Cuento. Inspirado en hechos reales…falta aclarar labrelacion del matero con las drogas en su adolescencia y como de ser un niño bien .hijo de un médico paso a ser un border…..

  • Lucas Mari
    09/09/2020 7:20 pm

    Muy buen cuento. Te felicito Sebas y muchas gracias por compartir. Esperando la continuación jejeje

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