Historias reales de un mundo ficticio
Por Sebastián Chacón
Foto: Lole Mairal
Doble sesión. La primera en el sur, bien temprano y en solitario, la segunda en el Yacht, mezclado con las nuevas generaciones. Rama todavía era un tipo que imponía respeto en el agua, surfeaba con gracia, garbo y entrega. La edad le fue quitando reacción, pero su olfato seguía intacto. Siempre iba por la ola del set y rara vez pifiaba la remada. Se sentía más conectado que nunca con su cuerpo, el mar y sus tablas.
Esa misma noche, Rama se sentó en la barra, pidió su IPA reglamentaria con una hamburguesa completa, de esas que ponen a prueba la elongación de las bocas más intrépidas. En el mismo rincón de siempre, desde ahí entablaba divertidas conversaciones sin sentido con los muchachos de la barra.
-¿Rama? ¿Sos vos? – le preguntó un muchacho que andaba transitando sus veintipico.
-Sí, soy yo, Ramiro Solís Arrieta… Rama para todo el mundo-.
El muchacho no demoró en presentarse. – Soy Nico- dijo estirando su mano para oficializar sus respetos hacia quien finalmente había logrado trascender ese viejo póster que durante mucho tiempo había decorado su habitación.
-Un placer Nico – dijo Rama estirando su mano para saludar con especial deferencia. No todos los días vivía un encuentro fan- ídolo. Y estaba claro que esta vez, él jugaba el papel del segundo.
Entre cervezas fueron acortando distancias. Rama descubrió que estaba frente a un verdadero historiador de su carrera como surfista. Nico sabía absolutamente todo sobre él, hasta detalles de una comentada pelea que había tenido con un viejo rival en la vereda del mítico Buda Bar en octubre de 1997.
Los vapores del alcohol y el sonido de Ian Dury y los Blockheads terminaron de sellar una de esas típicas amistades de toda la vida que a uno se le presentan de manera impuntual y treinta años después. Entre IPAS de poderoso octanaje, promesas de surfing en algún secret spot, recomendaciones de reparadores de tablas de alto calibre y excelente mano y el triste y solitario final de Andy Irons; la noche fue avanzando al compás de una buena selección musical de un DJ de notorio parecido a John Densmore en sus mejores años, sentado detrás de Morrison.
Cerca de las 3:00 AM, Nico hizo una pregunta que sacudió a Rama. – ¿Cómo te encuentro en Instagram?- interrogante que surcó el aire como una flecha untada en veneno.
-Me he perdido miles de veces y casi siempre logré encontrar la salida… Sin embargo nunca logré encontrarme en Instagram. Para poder encontrarse es necesario perderse y para poder perderse es necesario entrar en una zona desconocida- disparó Rama con especial cadencia para dejar en claro que lo que decía iba muy en serio.
-No te entiendo Rama- articuló Nico haciendo un gran esfuerzo para superar el volumen de la canción que estaba sonando. – Mirá Nico, lo que quiero decir es que no me vas a encontrar en Instagram básicamente porque nunca entré en esa-.
Nico esperaba un guiño que diera por tierra la argumentación de Mr. Solís Arrieta. – ¡Vamos Rama, dejáte de joder, cómo no vas a tener Instagram-. El malestar de Rama ya no encontraba disfraz, era una especie de muerto mal escondido que asomaba sus pies debajo del sillón. –No, no tengo Instagram-, respondió tajante.
La negativa de su ídolo funcionó como disparador de una cruzada evangelizadora; donde like, followers y engagement encarnaban la santísima trinidad digital. –Rama, con el peso de tu historia dentro del mundo del surf serías una bomba en Instagram, yo en tu lugar no dejaría pasar esta gran oportunidad- insistió el muchacho.
La respuesta no se hizo esperar, -Dame una buena razón para que abra una cuenta de Instagram.
La mirada de Nico fue lo más parecido a ese momento de disfrute que encuentra un gris oficinista al llegar a su casa y desplomarse en el sillón.
-Imaginemos que una cervecería mañana viene y quiere que seas su embajador. Algo muy simple, te dan un par de cajas de cervezas a cambio de que en tu cuenta de Instagram subas algunas fotos mostrando tu lifestyle, mientras saboreas una cerveza.
-Si tengo ganas de tomar una cerveza vengo al bar y me la pago. Además en el bar sociabilizo, charlo con los pibes de la barra y casi siempre logro charlar con alguna señorita, a quien además le puedo sentír el perfume y apreciar sus maneras, cosa que en redes sociales… Imagino que deben ser muy difíciles.
Nico se sintió contra las cuerdas, pero no se dejó intimidar tan fácilmente. – Rama, tu mirada es muy romántica, si no querés convertirte en una enciclopedia tenés que estar en las redes; es así de fácil.
-¿Y qué hay de mis principios? Vos te pensás que todos los campeones que están en las redes arrobando algún producto son tan copados en la vida real. Los influencers de hoy son los tarjeteros de ayer.
El fan no podía aceptar lo que estaba escuchando por parte de su ídolo, sin embargo estaba dispuesto a jugar la última bala de plata de su cartuchera.
-Rama, pensá que con una cuenta de Instagram podés participar en un torneo virtual de surf y ganar dinero, fama, likes y te pueden ver en cualquier rincón del mundo.
Ni bien terminó de escuchar esa argumentación, Rama empezó a sentir sus manos fuera de control. Se sacudían como las de Joe Cocker en el escenario deWoodstock. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo hasta terminar en una descarga eléctrica sobre sus pies. Sus ojos perdieron contacto con su cerebro y una serie de arcadas, de esas que amenazan con dividir en dos hasta al más duro de los seres humanos, desencadenaron un vómito de altísima marea. Acto seguido, Rama se desplomó.
Nico automáticamente empezó a pedir ayuda a los mozos, quienes no podían dar crédito a la escena de cine Clase B.
– ¡Hagan algo, es Ramiro Solís Arrieta! ¡Una gloria del surf argentino! – exclamó ante el asombro de la clientela.
En el pico máximo de histeria, confusión, desesperación y cierta cuota de indiferencia por parte de algunos parroquianos que seguían apurando el trago, Nico empezó a notar que la sustancia vomitada por Rama disparaba una especie de rugido. Sentía que ese líquido viscoso quería manifestarse, que tenía algo para decir, quizás a los forenses en el caso de que Rama estuviese muerto y la autopsia sea una cosa ineludible.
De repente, el vómito se transformó en la gran ola de Kanagawa y en ella venía surfeando un tipo a quien Nico creía conocer; aunque en la confusión no lograba dilucidar si era el cajero del supermercado de la esquina de su casa en Parque Leloir o definitivamente era una gloria del surf.
Mientras la gente intentaba salir a la carrera del lugar, los mozos se esforzaban por atajarlos en la puerta para evitar una noche a pura pérdida. De repente esa entidad despedida de las entrañas de Rama, encaró a Nico hasta ponerse frente a frente.
-Soy el espíritu de Miki Dora y mi domicilio está en el interior de Rama-, se presentó sin mayores formalidades la espectral figura. –Cada vez que escucho historias sobre surfers de algoritmos salgo en busca de justicia… Y hoy en el patíbulo me encuentro con vos… Un influencer de experiencias ajenas.
Juntando sus últimos likes de coraje, Nico emprendió el escape a toda velocidad. Ganó la puerta y por Bernardo de Irigoyen se perdió con destino hacia el cementerio, mientras el espíritu de Dora lo perseguía surfeando para darle su merecido.
Según contaron en Parque Leloir, a Nico no se lo vio más, tampoco en el sur de Mar del Plata donde estaba la casa de verano de sus padres.
Esa misma noche, minutos después del dantesco episodio, Rama reaccionó y se puso de pie mientras el encargado llamaba a la ambulancia.
-No te hagas problema que estoy bien… Creo que la octava IPA estuvo de más. Cancelá la ambulancia y pedí un taxi que no me siento en condiciones de manejar-, le dijo al encargado. Ni bien llegó el taxi, Rama saludó a todos y prometió volver para redimir su imagen, esa que estaba empecinado en solventar a base de historias de surf. Adentro del tacho sonaba Rock ‘N’ Roll Star de Oasis.
– Liam y Noel sí que la hicieron bien, le vendieron a todo el mundo que están peleados y el día que vuelvan se forran en guita. Mirá que los van a convencer por un par de cajas de birras como a los influencers-, se dijo Rama antes de que termine la canción.
Pagó el viaje, saludó al tachero y se fue a dormir.