Historias reales de un mundo ficticio
Por Sebastián Chacón
Ramiro es un típico surfista, nacido a fines de febrero de 1968 en La Perla del Atlántico, único hijo de Leandro Solís, un marplatense regio de esos que dominaban la incómoda Nación con gran soltura durante el desayuno, su mamá, Susana Arrieta no era menos que su padre, ex alumna del Santa Cecilia, una rubia divina, inalcanzable para los que vivían del otro lado de Juan B. Justo, y el centro de todas las miradas en cada una de las fiestas del selecto Club Náutico.
“Rama”, como lo llaman sus amigos, es un fantasma más de los que deambulan por la ciudad en busca de reconocimiento, de esos que con poco y tan solo un puñado de laureles ya amarillos, siguen persiguiendo la forma de no salir de la postal de una Mar del Plata que ya no es, ni será como en los años de bonanza de papá y mamá. Educado bajo la atenta mirada de los hermanos Maristas, pasó la primaria alternando horas de colegio con el Rugby, deporte especialmente designado para los hijos de las mejores familias. El secundario transcurrió sin mayores sobresaltos, en tercer año descubrió el Surf y colgó los botines para siempre, el físico no lo ayudaba para brillar en los planteles superiores, y además ya demostraba algo que lo acompañaría por el resto de su vida, un patológico temor al sacrificio. Se podría decir que con el descubrimiento del Surf empezó una nueva vida para Ramiro Solís Arrieta.
El Torreón, La Popular y Playa Grande fueron los spots en donde empezó a sacar chapa de local, al comando de una desvencijada bicicleta inglesa hacía su recorrida en busca de olas y nuevas sensaciones para contar al otro día en la escuela. Aunque a decir verdad, uno de los lugares en donde más veces recalaba era en la puerta de la casa de Sofía, una de las chicas más lindas del Stella Maris, claro que ella no tenía ojos para “Rama”, en su ranking no asomaba ni siquiera en el TOP 40. Ramiro siempre se estaba cruzando con Sofía, el barrio, las fiestas del colegio y un puñado de amigos en común, hacían las cosas más fáciles… Las esperanzas de nuestro amigo llegaban a su fin cuando aparecía Nacho, un local de Playa Grande con aspecto de killer australiano y goofy rabioso que brillaba en Biología cuando el viejo INIDEP resistía firme y en pie, mientras la erosión costera ya garabateaba los primeros párrafos de su epílogo.
Ramiro y Nacho se convirtieron en uno de los clásicos del Surf local, siempre chocaban en casi todas las finales de los pocos eventos de la época, mientras el primero se dedicaba a surfear, salir y dormir, el segundo metía materias de arquitectura, se las ingeniaba para enfundarse en su Wetsuit Victory y no perderse un swell, y además salir con Sofía, con quien se casaría una vez recibido de arquitecto. Esto último se convirtió en la derrota más amarga de nuestro héroe local.
Comiendo arroz y haciendo alguna que otra changa que no requiera demasiado tiempo y esfuerzo, Rama fue recorriendo los principales spots del mundo; Hawaii, Indonesia, Tahití, Australia, Sumatra, Las Menta, California, México, Chile y gran parte de Latinoamérica, son algunos de los lugares por donde paseó su surfing.
Pasaportes, historias, tubos, tablas, wetsuits, anécdotas y un puñado de páginas con fotos suyas en distintas revistas del palo, forman parte de las posesiones de Rama, un surfer pro que pasados los 40 años, y todavía en su habitación de toda la vida, sigue soñando con ganarse una portada de La Capital, a su entender, la única manera de llamar la atención de Sofía, hoy madre de Juan Manuel, un ascendente Junior que dos por tres lo manda a guardar en la categoría Open.
Las nuevas tecnologías ajusticiaron el largo camino de Rama, con la venta de un par de zapatillas que recibió de premio por un cuarto puesto en el “Viejas Glorias Surfing Day” se compró un scanner, herramienta básica e indispensable para digitalizar su pasado analógico. Un par de fotos con epígrafes pretenciosos, le fueron suficientes para engordar su lista de amigos… esos que alguna vez sintieron hablar de él, o que simplemente lo vieron acodado en la barra del bar de turno.
Mar del Plata ya no es la misma, el boom de los edificios con amenities engordó los bolsillos de los demoledores y cambió significativamente el barrio de Rama, las esquinas no son ni parecidas, la vieja casa de Sofía ahora es un Drugstore (cosa que ubicada del otro lado de Juan B. Justo sería apenas un kiosco), lo único que se mantiene inalterable son los uniformes de los chicos y chicas en edad escolar, lo público nunca gozó de popularidad en esa geografía de La Feliz. Aunque a decir verdad, Rama es el único que no ha cambiado, sigue siendo el mismo surfer con pretensiones de tubear y algún día recibir el reconocimiento que hasta hoy su ciudad le ha negado.
El camino del rider volverá a Surfpress con más historias de Rama.