EL CAMINO DEL RIDER: SI NO FUERA POR PAMELA ANDERSON

Historias reales de un mundo ficticio

Por Sebastián Chacón

Foto: Lole Mairal

En la cola de Archie se sufría de verdad, la casa se reservaba el derecho de admisión, también el de una regia paliza a manos de su portero estrella, Sergio.

En Viamonte y la costa, a principios de los 90’s, la carrera del surfer nocturno se disputaba en la pista de este boliche que reunía a chicas y chicos de todos los colegios. Públicos y privados convivían sin problemas, mientras el DJ de turno hacía explotar la pista con sus vinilos. Si lograbas entrar, te divertías seguro.

Por esos caprichos del cosmos, el creador había decidido condensar en el metro sesenta y cinco de Sergio, toda la furia, escasez de paciencia y mal genio. La única cuota de amor que decidió depositar en él, fue un profundo idilio con las peleas y el lanzamiento de adolescentes, cosa que hacía como nadie desde la puerta de sus dominios, siempre enfundado en su infaltable campera de cuero.

Rama estaba pasado de edad para Archie, pero su eterno aspecto de juvenil surfer australiano le jugaba a favor, nunca tuvo problemas para mezclarse entre la feligresía de aquella parroquia de la diversión marplatense. Por supuesto que también temía a la bipolaridad de Sergio, quien siempre se había mostrado cordial con él. Rama encajaba en los parámetros de la normalidad, esa que Sergio administraba con el reglamento siempre a mano. Rama podría ser parte del inventario del boliche, por su aspecto,  actitud y orígenes, datos que el jefe de porteros siempre estaba evaluando antes de lanzar su próximo golpe.

En una noche de fines de noviembre, donde el verano asomaba en los hombros de las chicas, Rama llegó a la cola con un par de copas de más. Rápidamente se mezcló con la ansiedad de los muchachos que se apiñaban en las escalinatas. La noche prometía emociones fuertes, además de un desfile de bikinis con las mejores modelos del momento. Como es sabido, nada estimula más la ambición de un bolichero que ver una gran cantidad de gente haciendo cola en la puerta de su establecimiento. Esa noche confirmaba esta máxima que parece no envejecer en Mar del Plata.

Todo parecía funcionar bien, a paso lento y sin escenas de pugilato, la cola avanzaba. Rama siempre tenía buenos chistes para amenizar la condensada multitud que con gran talento lograba tantear los traicioneros escalones de piedra, ahí siempre se las rebuscaba para acrecentar su condición de clásico. Pero las cervezas que traía de más, lo llevaron a ir un poco más lejos. Fue en eso cundo el portero feroz decidió recorrer la fila de varones para certificar que todo marchaba bien, cosa que así era hasta que un: “Enano pito corto”, a todo pulmón surcó el aire.

Lo que siguió fue una estentórea carcajada de toda la muchachada. Sergio no tardó en levantar temperatura, pero no podía cargar contra toda la concurrencia, necesitaba individualizar al William Wallace de turno. El silencio se apoderó durante su caminata desafiante, llegó hasta el último de la fila en la vereda y volvió a subir. Cuando estaba llegando a la puerta y a punto de derretir el cuenta ganado que siempre llevaba en su mano derecha, Rama se volvió a lucir.

-Volvé con Blancanieves enano –disparó buscando la complicidad de la muchedumbre que no tardó en respaldar la valentía anónima de Rama con un fuerte aplauso.

La cosa pasó a mayores cuando Sergio anunció el final. –Los graciosos esta noche no entran, liberen la escalera… Hoy no entra ninguno –dijo con voz firme.

Adentro del boliche la cosa no podía estar mejor, el desfile a punto de arrancar y las chicas asombradas por la escasez de caballeros. Afuera, la atmósfera se volvía cada vez más espesa. El primer cruce de miradas sería el combustible necesario para comenzar la pelea. En inferioridad de condiciones, Sergio llamó a tres patovicas de adentro y los instruyó par que fuesen sus escuderos en la que prometía ser la pelea del siglo. La muchachada seguía sin moverse, un poco por el miedo a la furia que estaba a punto de desatarse, y también porque no creían que la noche terminaría en las escalinatas debido al escaso sentido del  humor del portero.

-Enano cagón no te la bancás solo –redobló la apuesta Rama, pero esta vez la suerte no estuvo de su lado. Al momento de lanzar su declaración casi espartana, el que lo tapaba no tuvo mejor idea que agacharse para atarse los cordones, y fue ahí cuando uno de los alcahuetes de Sergio lo vio.

-Sergio, vení que hay combate… Acá está el gracioso –reportó s su superior.

Inmediatamente Sergio se abalanzó sobre Rama, con tanta mala suerte que tropieza con uno de los chicos que intentaba escapar de la zona de impacto. En un segundo de lucidez, Rama tuvo tiempo de pensar que si lograba pegarle un golpe certero a Sergio, se ganaría un lugar en el recuerdo de toda la gente. Fue ahí cuando lanzó su mejor cross, Sergio que ya venía cayendo producto del tropiezo, fue que se encontró con el puño de Rama que se estrelló con total éxito en su mandíbula. El malo de turno al piso, festejo masivo de la muchachada y el nacimiento de un nuevo héroe.

Entre su borrachera, Rama no lograba dimensionar su hazaña, pero sí era consciente que debía huir, los otros tres perros guardianes irían por él. Como pudo encaró para la costa y corrió a toda velocidad hasta perderse entre las escaleras de Playa Chica. Ahí se guardó por unos minutos para después emprender el regreso a su casa.

Sin dudas, el anecdotario nocturno de Rama tenía un antes y un después de aquel certero golpe en la quijada de la intolerancia. Si bien estuvo un tiempo sin salir por temor a reprimendas de la víctima, el paso de los años nunca más lo puso ante una situación similar. Sentía que había corrido Jaws con un 5’11’’ y vivió para contarlo, pero era consciente que a la suerte siempre le sobraba espacio en el bolsillo más pequeño de cualquier mochila. Mejor no tentarla.

Entrado el 2022, y después de mucho maldecir el incansable viento noreste, embocó un amanecer de olas dignas en su secret spot sureño. Hasta se encargaba de dejar el auto a unas cuantas cuadras para no llamar la atención de quienes pasaban patrullando la costa en busca de olas. La diversión duraba cada vez menos, lo más conveniente era ser sigiloso, algo poco usual en épocas de experiencias grupales y de VENÏ QUE HAY OLAS escrito a las apuradas y viajando a toda velocidad en WhatsApp.

Después de unas cuantas olas, se tomó un tiempo para esperar alguna de esas que te hacen el día. Durante la espera, intentó reflexionar sobre el cambio de época, los influencers de la nada, los adoradores de la novedad, los descubridores del tiempo libre, los cantantes sin canciones, los mismos de siempre que aparecen hasta cuando abrís el botiquín para buscar unas aspirinas, y tantas otras cosas que vuelven al surf un lugar mucho más distante para quienes pueden prescindir de todo ese infiernillo de vanidades y sonrisas digitales.

Fue ahí cuando vino la que le cambió el día. Dropeó con convicción, encarriló y se adentró en las profundidades del cilindro que se completó con su sutileza y austeridad de movimientos. Rama siempre conseguía embellecer aún más esa misteriosa manifestación de energía llamada ola. Salió feliz, en la caminata hasta el auto tomó una decisión que lo acompañará el resto de su vida; tatuarse.

EL SURF EXISTE ANTES QUE INTERNET (con especial énfasis en el punto final, cosa de no dejar espacio para segundas lecturas), decidió tatuarse  en la espalda, si era con una tipografía parecida a la Times New Roman, mucho mejor, así la gente lo podía leer clarito y a primera vista. Buscó algunas opciones entre el sinfín de tatuadores y no dudó en ir  a GOLDEN TATTOO, estudio atendido por Goldy, un petiso con las dos paletas de oro, De ahí dedujo el origen del nombre del lugar.

Goldy era un tipo hablador, afable y de muy buen pulso, amante del full color. Las paredes del local daban cuenta de sus trabajos, se codeada con la clase alta del rock y el skate, quienes no dudaban en poner su piel a disposición de su talento.

-Contáme, qué te querés hacer –disparó el dueño de casa.

-Mirá me quiero tatuar EL SURF EXISTE ANTES QUE INTERNET en la espalda… Que se vea y entienda como una declaración de principios –explicó Rama.

-Ah, esto sí que es profundo –respondió el tatuador, buscando acortar distancias con su cliente, mientras bocetaba el diseño.

Después de unos minutos, le mostró la idea a Rama y éste se entusiasmó. El sol se colaba por el ventanal y se reflejaba en las doradas paletas de Goldy, efecto que lo elevaba a la condición de semidiós de las agujas y las tintas.

-Preparo un café y arrancamos –dijo mientras Rama hojeaba un número viejo de la Total Tattoo. –Buenísimo, para mí con dos de azúcar, muchas gracias.

-Esas revistas ya no se consiguen acá, ahora internet mató toda esa mística de la cosa impresa –disparó Goldy. –Antes se talaban más árboles pero al menos se imprimían cosas como la gente. Te acordás lo que eran algunas tarjetas de los boliches, eran piezas de colección.

-Tenés razón –dijo Rama. –Me acuerdo de esa época, todavía tengo tarjetas de aquellos años… Las de Archie eran lo más –respondió Rama mientras sorbía los últimos tragos del café.

Cuando Rama dijo Archie, Goldy enseguida se dio cuenta que su búsqueda había llegado a su fin. Por fin había dado con la persona que lo había condenado a cambiar su fisonomía para el resto de su vida. Después de aquel memorable KO, Sergio comprendió que su vida había llegado a un límite, Dios lo había castigado después de una ventaja que supo decorar con un record absoluto de golpizas y malos tratos, todos perpetrados en la puerta del boliche y en nombre del deber.

La humillación de aquella noche lo empujó al cambio, dejó la campera de cuero, armó la mochila y emprendió un viaje por Latinoamérica en busca de un nuevo ser, afortunadamente lo encontró. Aunque nunca pudo perdonar a su verdugo, ese que hoy había llegado en busca de un recuerdo para siempre.

-Vamos que empezamos Rama, relajáte que esto va a llevar unas tres horitas.

Rama se acomodó en la camilla y quedó en manos de Goldy, nunca advirtió que estaba entregando su piel a aquel intratable portero, ese que había ajusticiado ante el clamor adolescente que sin querer encontró un héroe, con más inconsciencia que valor, pero héroe al fin.

Sergio había aprendido a controlar sus emociones, cargó la máquina con tinta y empezó su trabajo. Rama, boca abajo, simplemente se relajó y tratar de llevar con hidalguía la larga y dolorosa sesión.

Al cabo de poco más de tres horas, la obra estaba terminada. –Listo campeón… te vas a sorprender –dijo entusiasmado Goldy.

Rama sentía la misma ansiedad que solía experimentar la noche previa a una mañana de olas grandes. El andar de Goldy por el estudio parecía cada vez más lento, lo notaba satisfecho por el trabajo realizado, su sonrisa amplificada por esas dos bloques de oro macizo, no hacían más que certificar un trabajo hecho con oficio, esmero y puntillosidad.

-¿Qué te parece Ramita? – dijo Goldy mientras apuntaba su  espalda hacia el espejo.

Rama por fin vería su grito de guerra, tatuado y para siempre en su espalda. Para él, ese momento sería lo más parecido a ver llegar un hijo al mundo, su inmadurez lo había privado de semejante acontecimiento. Pero esta vez sería distinto, era una decisión de uno, no de dos.

Alzó la vista al espejo y fue ahí cuando en una muy trabajada caligrafía leyó: I LOVE SUP FOREVER…

-¿Pero qué me hiciste? ¿Me agarraste para la joda?-

-La venganza es un tatuaje que lleva su tiempo-sentenció con una sonrisa Sergio.

-¿Pero de qué venganza me hablas? ¡Arregláme esta mierda o vamos a jugar a las cagadas! –gritó Rama.

-Vos me volaste dos dientes y me humillaste delante de todo el mundo y encima pretendías llevarla de arriba… Ahí tenés, ahora somos dos los que tenemos un recuerdo del otro para siempre –dijo sin levantar la voz y abriendo la puerta para que Rama desalojara el estudio.

Ahí Rama entendió todo, se dio cuenta por qué Sergio había sepultado, junto con sus dientes, su pasado para abrirse paso a un nuevo mundo de colores, agujas y zumbidos. Todo gracias a él.

Mientras caminaba hacia su casa reflexionó…

–No me puedo quejar, fue una desgracia con suerte, al menos el petiso no me cobró el tatuaje. Mañana con esa guita me lo tapo con la cara de Pamela Anderson.

 

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