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EL CAMINO DEL RIDER: EL PRO CLASS Y DEATH OR GLORY

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Historias reales de un mundo ficticio

Por Sebastián Chacón

La niñez de Rama fue como la de cualquier chico bien en esa Mar del Plata que reunía a las mejores familias al costado del alambrado durante una jornada de rugby, porque si algo siempre funcionó en La Feliz, fue aquello que decía que los hijos bien de las familias bien debían jugar rugby; mientras que los hijos mal de las familias bien indefectiblemente terminarían convirtiéndose en surfistas. No hace falta aclarar que Ramiro Solís Arrieta optó por la segunda opción.

Si ser surfista era difícil, parecerlo era aún más, especialmente en una ciudad donde unos pocos locales ofrecían surfwear, en ese punto Rama siempre se destacó gracias a su tía Coca, la hermana de Susana, su mamá, quien viajaba todos los años a Estados Unidos y siempre le traía remeras, mallas y buzos Lightning Bolt. Coca tenía devoción por su ahijado Rama, amor que nuestro héroe supo exprimir al máximo a la hora de confeccionar la lista de regalos, esa que de manera sistemática redactaba cada vez que su madrina anunciaba su partida a las tierras de Ronald Reagan. Fue ella quien le trajo un Skate Pro Class de uno de sus viajes, celeste con las ruedas naranjas y los tradicionales Stud Track… Un verdadero objeto de culto y envidia para los amigos de Rama.

Surfear el asfalto fue una gran terapia para Rama, especialmente cuando sus padres no se hacían a la idea de no tener un hijo médico y rugbier, el sueño de Susana era tener un hijo Puma, un digno sucesor del legado de Héctor “Pochola” Silva, aunque considerando las aptitudes físicas de su hijo, se conformaba con leer su nombre en el quince inicial de Sporting todos los domingos en el diario La Capital. Nada de eso ocurrió, a esta altura la historia de Rama es como una canción que todos conocemos.

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Fue en una de esas tardes en donde Rama salió con su ropa nueva y su Pro Class a deslizarse por la costa, sobre su Skate se sentía Rory Russell en Pipeline, lograba hacerse visible ante la indiferencia de Sofía, proyectaba en el asfalto sus afiebrados sueños de olas, de Death or Glory y todo aquello que Rama suponía que decía esa valiosa canción de The Clash, su canto de guerra antes de emprender cualquier aventura sobre ruedas. Para ese día había decidido salir en bici para llegar lo antes posible a Punta Mogotes, según había notado en un paseo con sus padres, el lugar ofrecía largos planos y algunas curvas interesantes. Montó su bicicleta, dio play a su Walkman y colocó la patineta sobre el manubrio…

El viento en la frente, el mar sin olas y la primavera en estado de ebullición, fueron el combustible necesario para meterle duro a la pedaleada en busca de diversión, a toda velocidad en su vieja Hispano France, Rama encaró la vertiginosa bajada de Playa Grande, ese divertido tobogán que desemboca en la base naval, el mismo que se cobró varias víctimas en auto, en moto y en… bicicleta. Justo cuando nuestro héroe desarrollaba su máxima velocidad, el Pro Class sucumbió ante la vibración del manubrio y se clavó como una cuchilla entre el los rayos del rodado 28. Según testigos, el muchacho voló unos cuarenta metros como una flecha humana, algunos afirmaron ver una jabalina de pelo rubio impactar contra la línea amarilla del concreto marplatense.

Dolorido y con una próspera cosecha de frutillas en rodillas y codos, Rama dio gracias de haber resultado ileso. Enderezó a las patadas la llanta de la bici, se acomodó el Pro Class debajo del brazo y siguió su camino. Death or Glory volvió a sonar, el Pro Class volvió andar y Rama fue feliz.

 

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